PRÁCTICA SEGUNDA
De cómo
y cuándo ha de aguardar el ministro de
Dios a
ser llamado para asistir a las moribundos;
y cuándo debe acudir sin ser llamado.
Si el sacerdote, a quien pertenece por su oficio (solo mirado como sacerdote) emplearse en obras piadosas, fuere párroco o cura de almas, debe visitar los enfermos de su feligresía, aunque alguno de ellos no sea conocido suyo, porque para ese cuidado le ha entregado Dios su rebaño; y si no ve al enfermo, avise a la gente de su familia de que está pronto para acudir en lo que se ofrezca conducente al bien de aquella alma, y siempre los amoneste a que le llamen con tiempo, porque suele haber mucha negligencia en los criados, y aun en las personas de mayor cariño, no atendiendo a que depende una salvación eterna tal vez de un instante antes, en que se podía disponer a morir bien, juzgando que es asustar al enfermo lo que solo es librarle del grande ahogo que causa el gusano roedor de la conciencia. Debe pues el cura no descuidarse por sí, en cuanto le sea posible, o por su teniente, velando de manera, que al tiempo de la cuenta estrecha que Dios le ha de pedir, pueda decir seguro: Dómine, quos dedisti mihi, non pérdidi ex eis quemquám. (Juan 18,9). “Señor, los que me has dado, no he perdido ninguno de ellos”, aunque muchas (no lo permita el Señor) se pierdan; porque no será haberla perdido el pastor vigilante, por cuyo desvelo estuvo lejos de perderse. Y no siendo párroco el sacerdote, pero sí conocido o amigo del enfermo, tampoco tendrá razón para aguardar a que le llamen, siendo la más sólida fineza de la perfecta amistad el darle los últimos desengaños y mejores consuelos, y solicitarle eterna gloria, por cuyo fin se acreditará más fiel amigo, si estima más el conseguirle, que su propia vida. Majórem dilectiónem nemo habet, ut ánimam suam ponat quis pro amícis suis. (Juan 15,13). “Mayor amor no tiene nadie que ponga su vida por sus amigos”.
Pero si no fuere el propio pastor, ni
conocido del enfermo, indiscreción será muchas veces el introducirse sin ser
llamado; y de ordinario se experimenta, que en lugar de hacer el fruto que se
pretende, aborrecen los de la familia y los mismos enfermos al que así, sin
razón alguna (de las que después diremos) se
adelanta con inconsiderado celo; y de ordinario se sigue el ser rechazados
con desdoro suyo y de nuestro estado.
Una de las razones que puede haber para
introducirse al enfermo sin ser llamado cualquier sacerdote, es el hallarse el
enfermo en grave peligro de muerte próxima, que sin duda en tal caso será bien recibido,
y más si es necesario oírlo de penitencia. También si el que se halla agravado, es prelado, príncipe o
persona pública, cuyas puertas en semejantes casos suelen estar patentes a
todas las personas religiosas, más les culparán el no haber acudido, que el haberse
convidado sin ser llamados. También si el enfermo fuere muy pobre y desvalido,
será muy acertado el acudir sin ser llamados los sacerdotes a quienes por
oficio no pertenece (que de los otros se supone la precisa
obligación), porque
suele suceder que los pobres no se atreven a llamar a nadie, por no ser molestos,
y porque saben (¡oh lamentable
desdicha!), que
suelen ir de muy mala gana a sus casas, estando las de los poderosos llenas de
eclesiásticos, que a porfía pretende cada uno asistir más y ser el primero. ¡Oh santo Dios, y qué género de retiro tan
peligroso en los que huyen del desvalido, como si las almas de los pobrecitos
no estuviesen redimidas con la sangre preciosísima de Cristo nuestro bien, o
como si su divina Majestad fuese aceptador de personas!, Non est personárum acéptor Deus. No hay
acepción de personas.
Y para ejercitarse el ministro de Dios en
está admirable obra de piedad con mayor y más seguro fruto, será muy útil
llevar consigo este libro, asi para la administración de los santos sacramentos,
como para algunos casos que le pueden ocurrir, y también para las protestas de
la fe, la recomendación del alma y otras oraciones devotas que se deben rezar
por los enfermos cuando hay tiempo para todo; o si no llevare este libro
podrá escoger otro devoto y del caso, o el breviario romano, que sin armas
algunas, mal soldado hará, si no es que en repentino caso no se pueda prevenir.
Podrá preguntar a los circunstantes que conocían al
enfermo, su estado y algo de sus costumbres y modo de vida, con sagacidad, para
prevenir las tentaciones y engaños de satanás, que a la hora de la muerte suele
dar batería con las cosas a que se inclinó en la vida. Y también podrá
con el mismo santo artificio saber si tiene algún rencor o enemistad, para
componerlo con tiempo todo; de suerte, que no quede cosa que pueda desagradar a
los ojos divinos; y, sobre todo, el mismo sacerdote
ruegue a Dios, y encomiéndese en las oraciones de los otros, para que su divina
Majestad le inspire la interior necesidad de aquel paciente, y sepa acudir a
ella con el debido espíritu.
POR EL M. R. P.
BALTASAR BOSCH DE CENTELLAS Y CARDONA
Clérigo reglar, Ministro de los enfermos.
(1866).