lunes, 30 de octubre de 2017

¡¡¡Queridos amigos, que están enfermos!!! No se pierdan esta enseñanza.




   Pasaje de la vida de Santa Liduvina (Modelo de enfermos, Patrona de los enfermos crónicos)

…A  pesar de esto, no vayamos a creer que Liduvina hubiese llegado ya, y menos aún que hubiese llegado sin pena y sin combate a una perfección serena y sin nublado. Los santos no son de otra naturaleza que la nuestra, y ¡Dios sea por ello alabado! ¡Pues si nos apareciesen siempre como seres sobrehumanos extraños a todas nuestras debilidades: y si no los viésemos más que en el deslumbrante y lejano esplendor de una santidad consumada, desde luego quién sin sentirse anonadado, querría detenerse sólo en el pensamiento de elevarse hasta ellos! Nosotros necesitamos pues mirarlos de cerca, y contemplarlos marchando por nuestro mismo sendero, con nuestras mismas miserias y nuestros mismos desfallecimientos; y entonces, al ver sus luchas, al oír sus gemidos, y al tocar sus llagas, santamente entusiasmados nos decimos. ¡Nosotros también caminamos con ellos! Su debilidad entonces forma nuestra fortaleza; y sus imperfecciones nos alientan a imitar sus virtudes. Liduvina pagó también su tributo a la humanidad.

   Al principio de sus pruebas le costó excesivo trabajo dominarse, y más de una vez su paciencia se desmintió. Algunas veces sufría unos fuertes accesos de tristeza y desaliento, y sentía crueles desolaciones. Un día, por ejemplo, desde su lecho oyó ruido de risas en el exterior, pues unas jóvenes casi en su puerta se entregaban a una ruidosa alegría, que le hizo mal, pues la imaginación le representó inmediatamente el doloroso estado en que ella se hallaba. ¡Ah! Díjose a sí misma, para mí no hay diversiones ni gozosas risas, para mí no hay esperanza de curación, mañana, y pasado mañana, siempre durará mi padecer hasta el sepulcro y el aislamiento y el olvido sobre todo. Y se puso a llorar con tal abundancia y amargura que partía el corazón; y otras muchas veces se puso a llorar del mismo modo.

Esas desolaciones duraron los cuatro primeros años de su enfermedad. Sin duda cuando se renovaban acudirían cerca de ella su padre o su anciana madre que con toda la ternura de su corazón ensayaban consolarla; otras veces venían algunas de sus amigas menos olvidadizas y más caritativas, o algunos vecinos y parientes y le decían cuanto podían para alentarla y hacerle olvidar sus dolores; mas nadie lo podía conseguir.

jueves, 26 de octubre de 2017

EL VIÁTICO


De La providencia de Dios acerca de nuestras enfermedades – Por el P. Luis de la Puente.





   Lo primero considerarás la providencia tan maravillosa que nuestro Padre celestial tiene de los hombres en el repartimiento de las enfermedades, dando a uno muchas y a otro pocas; a uno graves y a otro ligeras; a uno largas y a otro breves; a uno en una parte del cuerpo y a otro en otra; ordenando todo esto para bien y provecho de sus escogidos. Y en particular, que la que le ha cabido en suerte, es por esta paternal providencia para bien y salvación de tu alma.

   Para lo cual has de ponderar que este soberano Dios es tan sabio que conoce clara y distintamente todas tus enfermedades y dolores, por muy secretos que sean, y las raíces y causas de ellos, y sus remedios, y las fuerzas que tienes para llevarlos, y las que él puede añadirte con su gracia; de modo que nada se le encubre, ni por ignorancia te dará lo que no te conviene, o te cargará más de lo que puedes llevar o te dejará de curar cuando bien te estuviere.

   También es tan poderoso, que puede preservarte de todas las enfermedades para que no caigas en ellas; y si te dejare caer, puede en un momento curarte con solo su palabra o con medicinas; ora sean muchas, ora pocas, ora las más convenientes por su naturaleza, ora las más contrarias, porque a su omnipotencia nada es imposible ni difícil.

   Finalmente es tan bueno, tan santo y amoroso, que ama a los suyos más que ellos pueden amarse; y cuanto ordena por su providencia, es a fin de hacerles bien, y de que se salven, ordenando los bienes y males del cuerpo para la perfección y salvación del alma; de donde resultará mucho mayor bien al mismo cuerpo. En estas tres divinas perfecciones estriba la suavidad, eficacia y alteza de la divina providencia para nuestro provecho. Por lo cual la iglesia en una colecta ora por todos los fieles de esta manera: Dios, cuya providencia en su disposición no se engaña, humildemente te suplicamos, que apartes de nosotros todas las cosas dañosas, y nos concedas las que han de ser provechosas.

   Pues si esto es así, como en verdad lo es, ¿cómo no te alegrarás con tus enfermedades, viniendo trazadas y ordenadas por la sabiduría, omnipotencia y bondad de tu Padre celestial? Si él es el que las envía, y sabe quién eres tú a quien le da ¿de qué temes? ¿De qué te congojas? ¿Temes engaño? No es posible, porque las trazó su infinita sabiduría. ¿Temes flaqueza? No hay de qué, porque asiste a todo su misma omnipotencia, ¿Temes malicia? No es creíble, porque toda nace de su inmensa bondad y caridad. No mires la enfermedad desnuda por lo que parece por de fuera, que te pondrá miedo y grima (amargura); mírala vestida con la sabiduría, omnipotencia y bondad de Dios, y de esta manera te parecerá hermosa y muy suave, y que te está diciendo: Negra soy, pero hermosa, hijas de Jerusalén; negra en el color propio, hermosa por el color de mi vestido; si huís de mí por la negrura que tengo de mi cosecha, abrazadme por la hermosura que me añade la divina providencia. Con estos sentimientos has de tomar aquel admirable consejo del Eclesiástico que dice: Todo lo que te fuere aplicado, recíbelo en tu dolor; sufre, y en tu humillación ten paciencia, porque como la plata y el oro se purifican en el fuego, asi los hombres que han de ser recibidos en el cielo son probados en el fuego de la humillación. Si estás enfermo, y tras la enfermedad se te siguen otras muchas amarguras e iluminaciones, recíbelas todas; porque Dios es el que te las envía y aplica con su paternal providencia. ¿Quieres ser precioso y resplandeciente como la plata y el oro? No rehúses pasar por el horno de la enfermedad donde has de ser purificado y cobrar el resplandor que habías perdido. ¿Deseas ser recibido en el cielo? Gusta del trabajo que tienes estando enfermo, porque los que han de ser recibidos en los eternos descansos, han de pasar por semejantes trabajos. Oye lo que dice el espíritu de este Padre celestial: Hijo mío, no desprecies la disciplina del Señor, ni te acongojes cuando te corrige, porque castiga al que ama,  acota al hijo que recibe. Si quieres, dice San Agustín, ser contado en él número de los hijos y ser uno de los que han de ser recibidos por herederos, no rehúses ser del número de los castigados. Recibe el castigo de la enfermedad para que te reciba Dios en el reino de su gloria.

miércoles, 25 de octubre de 2017

De las causa por qué nuestro Señor envía las enfermedades, y de los provechos que saca de ella para perfeccionar a sus escogidos – Por el P. Luis de Lapuente.

   




   Si los obreros de nuestro soberano Padre de familias hubieran de trabajar no más que corporalmente como los segadores y cavadores, fuera menester que llevara a todos por el camino de la salud y fuerzas corporales, pues con la enfermedad no pudieran cumplir la tarea del trabajo para que les llamaba; mas como sus obras son principalmente espirituales y crecen en la perfección, no solamente haciendo, sino padeciendo, de aquí es que tiene Dios caminos muy diversos, por donde suele guiarlos a un mismo fin, esto es, a que sean perfectos. Y a unos da salud entera y complexión fuerte para ejercitar las obras de virtud propias del cuerpo y también las del espíritu, cuyo instrumento es el mismo cuerpo, y cuando está sano y fuerte, puede servirle con provecho; pero a otros carga de enfermedades y dolores que son más a propósito para el camino de padecer, proporcionando al espíritu ocasión de ejercitar las heroicas virtudes, que andan juntas con la paciencia; cuya obra, como dijo el apóstol Santiago, es muy perfecta, porque el padecer también es obrar, y los muy sufridos son obreros muy escogidos; y cuando llegan a ser diestros en ambas cosas, creciendo con la salud y con la enfermedad, entonces son del todo perfectos.

   Más ¿quién podrá declarar los secretos de la divina Providencia en la distribución de estas dos suertes? Porque nuestro Señor, cuanto es de su parte, más quisiera que los hombres tuvieran su naturaleza sana y vigorosa, para que cuerpo y espíritu le sirvieran en todo con alivio y gusto; y así en el estado de la inocencia crió a los hombres sanos y libres de toda enfermedad, y aun después del pecado se conservaron mucho tiempo con salud muy fuerte. Y por gran favor los israelitas, como dijo David, por espacio de cuarenta años, que anduvieron en el desierto, estuvieron libres de enfermedades, para que pudiesen siempre caminar a la tierra de promisión y pelear contra los enemigos que defendían la entrada en ella; porque no hay duda que la salud y fuerzas corporales de suyo ayudan mucho a caminar por el desierto de esta vida, en busca de la tierra de promisión eterna, haciendo guerra a los demonios y a los vicios con obras muy heroicas de grande provecho para el alma, de mucha edificación para la Iglesia, y de singular ayuda para el prójimo, ejercitando rigurosas abstinencias y asperezas y las obras de misericordia, así las corporales sirviendo a los enfermos y hospedando a los peregrinos, como las espirituales gobernando, predicando y ejercitando otros ministerios en bien de los prójimos; y por esta causa el Adán celestial, aunque tomó otras miserias del Adán terreno, no tomó, como dice Santo Tomás, la de las enfermedades corporales, que no se avenía con su excelente complexión. Y también preservó de ellas a la Virgen nuestra Señora, a San Juan Bautista, y a muchos esclarecidos Santos, que, con especial vocación, llamó para obras muy grandes, previniéndoles con mucha salud y cuerpos muy robustos para sufrir tan excesivos trabajos. Y los que han recibido este don, han de procurar, como dice San Basilio, conservarlo, diciendo a nuestro Señor como David, conservaré para ti mi fortaleza. Tenía experiencia este santo rey de lo mucho que había hecho con la salud, y fuerzas que Dios le había dado, acometiendo osos, desquijarando leones, venciendo gigantes, desbaratando ejércitos, y matando con una sola embestida ochocientos enemigos. Y pareciéndole que no era bien destruir con indiscreciones este don tan precioso, dijo al Señor que se lo dió: Yo guardaré esta mi fortaleza, no para mí, sino para ti no para buscar cosas de mi gusto, sino del tuyo; no para honrarme, sino para honrarte, y servirte con ella. Y si tú también guardas para Dios la fortaleza que te ha dado, podrás con su ayuda, domar las fieras de tus pasiones, vencer los gigantes del infierno, destruir el ejército de los vicios, y llevar a cabo empresas muy gloriosas, creyendo que la divina vocación te guía por este camino para salir con ellas.