lunes, 11 de febrero de 2019
domingo, 3 de febrero de 2019
MILAGROS ADMIRABLES DE NUESTRA SEÑORA DE LOURDES – Por Monseñor de Segur.
NOTA:
Si están enfermos no dejen de leer estos casos milagrosos de curaciones por intercesión de Nuestra Señora de Lourdes.
De cómo la fe sencilla y firme de una pobre mujer de
Tarbes, obtuvo desde el principio grandes favores de Nuestra Señora de Lourdes.
He aquí algunos sucesos que se remontan a
los principios mismos de las maravillas de la Gruta de Lourdes.
Por mucho tiempo han sido ignorados del
público, y acaso fueron relegados al olvido si la lectura de los Annales no hubiera hecho comprender a
las personas curadas el deber que tenían de manifestarlos al público (*): Tomamos estos
conmovedores relatos de los Annales de Lourdes (Marzo de 1871), que se publican
con la aprobación del Obispo de Tarbes.
I
La primera de estas personas es una humilde
obrera de Tarbes llamada Francisca Majesté.
No tenemos de informe más testigo que ella misma pero éste basta. Lleva impresa
en su rostro la señal de un alma inocente, recta, inteligente, modesta. Su
palabra es grave, y cincuenta años de una vida irreprochable y piadosa le dan
autoridad.
Cerca de tres años antes de las Apariciones de
Lourdes, estuvo sujeta a suspensiones momentáneas de la vista. Ocurríale esto
de repente, sin que nada hiciera presentir su aproximación; de pronto una
niebla espesa cubría sus ojos y los oscurecía rápidamente, y luego la luz
desaparecía. Francisca, entonces sumergida
en una noche profunda, se quedaba estupefacta; frotábase los ojos y
esperaba a que apareciese de nuevo la claridad, lo que sucedía poco después. En
lo demás, no sentía ningún dolor ni alteración sensible en los ojos.
Consultó con un médico, quien después de
varios experimentos, como ella le instara para saber toda la verdad, le dijo: “–Debo declarároslo; creo que no puedo
nada. –Pero ¿piensa Usted que me quedaré ciega? –No sé”
Estas respuestas eran dolorosas, pero ella las
había solicitado porque prefería conocer la realidad de su situación. Desde
aquel día la pobre mujer, asustada, temblaba de miedo de perder enteramente la vista.
Ella estaba familiarizada con el dolor,
porque su vida había sido una cadena casi continua de enfermedades; más de
todas las pruebas pasadas ninguna la había apesadumbrado como ésta. ¡Ciega!... Antes quería morir.
Los rumores de la Aparición de Massabielle
llegaron a sus oídos. Cuando se confirmaron, creyó con fe sencilla y firme en
la Providencia. “Para Dios nada hay
imposible, decía, y El no permitirá que seamos así engañados.”
Oyó hablar de curaciones milagrosas, y una
vaga esperanza pasó por su corazón, pero sin inclinarla todavía a hacer el ensayo.
Dijéronla varias veces: “Francisca,
Usted que es tan piadosa, ¿no piensa ir a buscar su curación a la Gruta de
Lourdes?” Y ella contestaba “Todavía no siento la confianza necesaria;
si Dios me la envía iré.” Hizo esfuerzos para merecerla, y Dios se la dio
un día se sintió muy inclinada ir a la Gruta; la esperanza llenaba su alma, y
ella, comprendiendo que esta inspiración venía de Dios, dispuso el viaje en los
primeros días de Mayo de 1858.
Francisca no había visto la Gruta. Cuando
divisó la roca santificada por la presencia de la Virgen Inmaculada, su alma se
conmovió profundamente. Un fervor muy sensible la inundó de gozo, y su oración era
tan dulce que no podía apartarse de allí. Se lavó los ojos devotamente con el
agua milagrosa y con una fe grande en su virtud sobrenatural, y mientras la bebía,
su corazón decía: “¡Curaré!...”
Desde
este momento ni una sola vez, ni un solo segundo se ha ocultado la luz a sus
ojos. En ninguna parte, en doce años, le ha hecho pararse la suspensión, de la vista
como en otro tiempo.
Francisca tenía también largo tiempo en una
de sus rodillas un tumor como del tamaño de un huevo de pato que no la
molestaba porque de ordinario no le dolía, y sólo le incomodaba algo para rezar
porque entonces tenía la rodilla en el aire. Esta dificultad la hizo pensar en
la Gruta, y se dijo a sí misma sin ningún sentimiento marcado: “Puesto que me hallo aquí voy también a
lavar el tumor.” Hecho esto fué a
arrodillarse enteramente sin la menor molestia; pero absorta por la alegría de
su oración y por el pensamiento de sus ojos, en su convicción curados para siempre,
no pensó ya en el tumor. Continuaba siempre que rezaba haciéndolo hincada con
ambas rodillas en el suelo, y sólo al cabo de algunos días miró su tumor. Este
no existía ya, y no volvió a aparecer.
II
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