lunes, 27 de septiembre de 2021

PRÁCTICAS DE VISITAR A LOS ENFERMOS y ayudar a bien morir.


 


PRÁCTICA PRIMERA.

Del celo de la salud de las almas y disposición necesaria para quien ejercita tan santo ministerio.

 

 

   Es de advertir, que como por la excelencia del fruto se reconoce la bondad del árbol que le produce; así se infiere cual debe ser la disposición en el ministro de Dios que ejerce tan angélica obra, por la misma obra, cuya relevada grandeza se ve clara y fácilmente en aquel entrañable amor con que el mismo Dios puso tanta hechura en la salvación de las almas, que después de haberlas criado a su imagen y semejanza, y con altísima providencia haber dispuesto el que a todos en común , y a cada una en particular, asistan con tanta diligencia los espíritus celestes, para que ni una, cuanto os de parto de su misericordia, pereciese de sus preciosas margaritas; aún no se contentó con eso su cariño, sino que añadiendo finezas á finezas, envió a su precioso Hijo, igual con su sustancia y su eterna Sabiduría, para que hecho hombre  fuese capaz de tormentos, y derramase su santísima sangre por el bien de sus hermanos, y por el gozo de sus criaturas. Pues ¿en qué altura, según esto, se constituye el siervo fiel y prudente, que asistiendo en las ocasiones más precisas de enfermedad y artículo de muerte a estas ovejas que tanto al Salvador le costaron, se hace compañero celoso del mismo Salvador? Ayuda del modo que puede al buen logro de aquella infinita caridad; y finalmente, como dijo el Areopagita: “Coopera con Cristo nuestro bien en la obra admirable de la redención, que es llegar a merecer el más ínfimo criado el lado de su Señor en las cosas más de su agrado y confianza”.

 

 

   Ni se le puede ofrecer a aquel divino Señor más agradable sacrificio, que este ardiente celo de las almas, según dijo S. Gregorio papa. Y el mismo Criador humano cuando dijo a sus discípulos: Yo haré que seáis pescadores de racionales; sin duda dio a entender, que el manjar más sazonado de su divina mesa, y más gustoso al paladar de su amor, es un alma que redimida con su preciosísima sangre, se halla débil pececillo en un océano de amarguras a la hora de la muerte, a peligro de que la pesquen los engaños de satanás, y descogida la suave red del santo aviso de quien la asiste, escapa de infernales cautelas y se acoge para Dios, que la crio para el cielo. Por esto el Apóstol honra a los celadores del bien de las almas con el título de coadjutores de Dios; para que entienda el piadoso sacerdote que en esto se ejercita, que no menos viene a engrandecer su dignidad, que, llegando a ser, como poco ha he dicho, compañero de aquel inmenso incomparable Ser.

 

 

   Singular favor de nuestro grande Dios (séame lícito decirlo así con Inocencio Papa) es el que libremente nos llamemos y seamos, después de Cristo nuestro bien, y con precisa dependencia de sus méritos, salvadores de las almas: título tan glorioso, cuanto lo es el del santísimo nombre de Jesús, que significa Salvador. Las palabras de Inocencio son las siguientes: La mayor gracia es que deseaba que los hombres fueran salvadores de las almas que él mismo había redimido”. Porque del mismo género que los príncipes de la tierra no solo se arman contra sus enemigos, sino es que también convocan a sus parciales y vasallos, cuyo valor los reviste de su persona, y los hace como una cosa con él; así el Rey de los reyes, y dueño de todo lo criado, no solo defiende por sí mismo a los suyos al tiempo más apretado de la vida del hombre, que toda es guerra, sino también envía á sus ángeles para que le socorran; arma sus sacerdotes para que valerosos peleen por el afligido, y hechos una cosa con su poder, consigan gloriosa victoria; por lo cual dijo S. Bernardo: “Dios es adorado por ángeles y hombres como coadjutores y compañeros soldados, a quienes recompensará honorablemente con la victoria obtenida”. Así ángeles y hombres forman lucidos escuadrones de Dios para confundir las huestes infernales; esto es, llevar al granero del cielo el trigo purificado y escogido, que es cosecha de aquel divino Labrador que tanta cuida de cultivarle. El mismo Hijo de este Labrador soberano, que dijo de su Padre: Mi padre es un granjero”, mandó a sus apóstoles, y en ellos a todos sus ministros, que recogiesen ese trigo en sus graneros: “Recoge el trigo en mi granero”.

 

 

   Muchos obreros pusieron el Señor en el dilatado campo de su iglesia, según las diversas fatigas para que son necesarios: a unos encargó el disponer la tierra con santas persuasiones; a otros el sembrarla de acertadas doctrinas; a otros el limpiarla de las malas yerbas que produce la perversa humana inclinación; a otros el regarla con los consuelos espirituales, y así dispuso que no faltase ministerio alguno; pero la última perfección de esta obra, la corona de estos trabajos, y el buen logro de todos ellos (sea gloria especial de mi religión sagrada), solo lo encargó a los que con particular espíritu asisten en ocasión mas fatigosa de recoger la mies, y ponerla en lo seguro de la gloria. Así quiere la Bondad suma que baya ministros singularmente diputados a tan importante ejercicio.

 




   Pues si según lo dicho es de tanta estimación este piadoso oficio, ¿cuál disposición será necesaria en quien le tiene? ¿Qué celo de la salud de las almas será bastante? ¿Qué limpieza de conciencia, no solo para la administración de los santos sacramentos, si no es también para las asistencias hasta el último instante? ¿Cómo oirá Dios al que asistiese (no lo permita su infinita bondad) siendo su enemigo? O ¿cómo guerreará con la oración contra el común enemigo quien por el pecado es habitación inmunda del que pretende ahuyentar? Ni parece posible que pueda atender a la salvación ajena el que no cuida de la propia; o ser luz para el enfermo el que miserablemente se halla en tinieblas.

 

 

   Por eso será razón que procure con todo cuidado limpiar su conciencia y ponerse bien con el Señor quien en este ministerio quiere servirle, y antes de dar pasos materiales, sea el primero espiritual una buena confesión o contrición fervorosa, para que de esta suerte vayan todos acertados, pues así lo dicta la razón de lo mismo que va a ejercitar, y así vemos que lo hacen los que con santo celo siguen este loable instituto; y puedo asegurar de algunos de nuestra santa familia, tan temerosos de Dios, y celosos de no errar materia de tanta consecuencia, que no se atreven a cumplir con este ministerio sin reconciliarse primero de la más leve culpa venial, si con ella se reconocen.

 

 

   De cuya disposición y pureza de la propia conciencia procede el celo más fervoroso; el despreciar los fríos de un invierno, los calores de un verano, la falta de dormir, y otras muchas incomodidades que trae consigo la continua vigilancia con que dia y noche ha de estar el ánimo pronto a esta obra, a está obra ejercitada conforme lo pronto del ánimo; que si muchos con penosas fatigas y trabajos inmensos , dejando el regalo de la dulce patria, pasan esos dilatados mares por ir al nuevo mundo, a solicitar el bien de tanto bárbaro idiota; no menos gloriosa empresa tenemos en estas indias, que la caridad nos enseña dentro de las puertas de casa. Anímense pues, todos a tan grande piedad, y esperen de aquel Señor, que no puede faltar en sus promesas, que hallarán otro tanto a la hora en que todos afligidos, perturbados y pobres de todo consuelo necesitamos del más fiel amigo, que: “Porque la misma medida con que medirás te será medido”.

 

 

 

POR EL M. R. P.

BALTASAR BOSCH DE CENTELLAS Y CARDONA

Clérigo reglar, Ministro de los enfermos.

(1866).