lunes, 27 de septiembre de 2021

PRÁCTICAS DE VISITAR A LOS ENFERMOS y ayudar a bien morir.


 


PRÁCTICA PRIMERA.

Del celo de la salud de las almas y disposición necesaria para quien ejercita tan santo ministerio.

 

 

   Es de advertir, que como por la excelencia del fruto se reconoce la bondad del árbol que le produce; así se infiere cual debe ser la disposición en el ministro de Dios que ejerce tan angélica obra, por la misma obra, cuya relevada grandeza se ve clara y fácilmente en aquel entrañable amor con que el mismo Dios puso tanta hechura en la salvación de las almas, que después de haberlas criado a su imagen y semejanza, y con altísima providencia haber dispuesto el que a todos en común , y a cada una en particular, asistan con tanta diligencia los espíritus celestes, para que ni una, cuanto os de parto de su misericordia, pereciese de sus preciosas margaritas; aún no se contentó con eso su cariño, sino que añadiendo finezas á finezas, envió a su precioso Hijo, igual con su sustancia y su eterna Sabiduría, para que hecho hombre  fuese capaz de tormentos, y derramase su santísima sangre por el bien de sus hermanos, y por el gozo de sus criaturas. Pues ¿en qué altura, según esto, se constituye el siervo fiel y prudente, que asistiendo en las ocasiones más precisas de enfermedad y artículo de muerte a estas ovejas que tanto al Salvador le costaron, se hace compañero celoso del mismo Salvador? Ayuda del modo que puede al buen logro de aquella infinita caridad; y finalmente, como dijo el Areopagita: “Coopera con Cristo nuestro bien en la obra admirable de la redención, que es llegar a merecer el más ínfimo criado el lado de su Señor en las cosas más de su agrado y confianza”.

 

 

   Ni se le puede ofrecer a aquel divino Señor más agradable sacrificio, que este ardiente celo de las almas, según dijo S. Gregorio papa. Y el mismo Criador humano cuando dijo a sus discípulos: Yo haré que seáis pescadores de racionales; sin duda dio a entender, que el manjar más sazonado de su divina mesa, y más gustoso al paladar de su amor, es un alma que redimida con su preciosísima sangre, se halla débil pececillo en un océano de amarguras a la hora de la muerte, a peligro de que la pesquen los engaños de satanás, y descogida la suave red del santo aviso de quien la asiste, escapa de infernales cautelas y se acoge para Dios, que la crio para el cielo. Por esto el Apóstol honra a los celadores del bien de las almas con el título de coadjutores de Dios; para que entienda el piadoso sacerdote que en esto se ejercita, que no menos viene a engrandecer su dignidad, que, llegando a ser, como poco ha he dicho, compañero de aquel inmenso incomparable Ser.

 

 

   Singular favor de nuestro grande Dios (séame lícito decirlo así con Inocencio Papa) es el que libremente nos llamemos y seamos, después de Cristo nuestro bien, y con precisa dependencia de sus méritos, salvadores de las almas: título tan glorioso, cuanto lo es el del santísimo nombre de Jesús, que significa Salvador. Las palabras de Inocencio son las siguientes: La mayor gracia es que deseaba que los hombres fueran salvadores de las almas que él mismo había redimido”. Porque del mismo género que los príncipes de la tierra no solo se arman contra sus enemigos, sino es que también convocan a sus parciales y vasallos, cuyo valor los reviste de su persona, y los hace como una cosa con él; así el Rey de los reyes, y dueño de todo lo criado, no solo defiende por sí mismo a los suyos al tiempo más apretado de la vida del hombre, que toda es guerra, sino también envía á sus ángeles para que le socorran; arma sus sacerdotes para que valerosos peleen por el afligido, y hechos una cosa con su poder, consigan gloriosa victoria; por lo cual dijo S. Bernardo: “Dios es adorado por ángeles y hombres como coadjutores y compañeros soldados, a quienes recompensará honorablemente con la victoria obtenida”. Así ángeles y hombres forman lucidos escuadrones de Dios para confundir las huestes infernales; esto es, llevar al granero del cielo el trigo purificado y escogido, que es cosecha de aquel divino Labrador que tanta cuida de cultivarle. El mismo Hijo de este Labrador soberano, que dijo de su Padre: Mi padre es un granjero”, mandó a sus apóstoles, y en ellos a todos sus ministros, que recogiesen ese trigo en sus graneros: “Recoge el trigo en mi granero”.

 

 

   Muchos obreros pusieron el Señor en el dilatado campo de su iglesia, según las diversas fatigas para que son necesarios: a unos encargó el disponer la tierra con santas persuasiones; a otros el sembrarla de acertadas doctrinas; a otros el limpiarla de las malas yerbas que produce la perversa humana inclinación; a otros el regarla con los consuelos espirituales, y así dispuso que no faltase ministerio alguno; pero la última perfección de esta obra, la corona de estos trabajos, y el buen logro de todos ellos (sea gloria especial de mi religión sagrada), solo lo encargó a los que con particular espíritu asisten en ocasión mas fatigosa de recoger la mies, y ponerla en lo seguro de la gloria. Así quiere la Bondad suma que baya ministros singularmente diputados a tan importante ejercicio.

 




   Pues si según lo dicho es de tanta estimación este piadoso oficio, ¿cuál disposición será necesaria en quien le tiene? ¿Qué celo de la salud de las almas será bastante? ¿Qué limpieza de conciencia, no solo para la administración de los santos sacramentos, si no es también para las asistencias hasta el último instante? ¿Cómo oirá Dios al que asistiese (no lo permita su infinita bondad) siendo su enemigo? O ¿cómo guerreará con la oración contra el común enemigo quien por el pecado es habitación inmunda del que pretende ahuyentar? Ni parece posible que pueda atender a la salvación ajena el que no cuida de la propia; o ser luz para el enfermo el que miserablemente se halla en tinieblas.

 

 

   Por eso será razón que procure con todo cuidado limpiar su conciencia y ponerse bien con el Señor quien en este ministerio quiere servirle, y antes de dar pasos materiales, sea el primero espiritual una buena confesión o contrición fervorosa, para que de esta suerte vayan todos acertados, pues así lo dicta la razón de lo mismo que va a ejercitar, y así vemos que lo hacen los que con santo celo siguen este loable instituto; y puedo asegurar de algunos de nuestra santa familia, tan temerosos de Dios, y celosos de no errar materia de tanta consecuencia, que no se atreven a cumplir con este ministerio sin reconciliarse primero de la más leve culpa venial, si con ella se reconocen.

 

 

   De cuya disposición y pureza de la propia conciencia procede el celo más fervoroso; el despreciar los fríos de un invierno, los calores de un verano, la falta de dormir, y otras muchas incomodidades que trae consigo la continua vigilancia con que dia y noche ha de estar el ánimo pronto a esta obra, a está obra ejercitada conforme lo pronto del ánimo; que si muchos con penosas fatigas y trabajos inmensos , dejando el regalo de la dulce patria, pasan esos dilatados mares por ir al nuevo mundo, a solicitar el bien de tanto bárbaro idiota; no menos gloriosa empresa tenemos en estas indias, que la caridad nos enseña dentro de las puertas de casa. Anímense pues, todos a tan grande piedad, y esperen de aquel Señor, que no puede faltar en sus promesas, que hallarán otro tanto a la hora en que todos afligidos, perturbados y pobres de todo consuelo necesitamos del más fiel amigo, que: “Porque la misma medida con que medirás te será medido”.

 

 

 

POR EL M. R. P.

BALTASAR BOSCH DE CENTELLAS Y CARDONA

Clérigo reglar, Ministro de los enfermos.

(1866).


jueves, 11 de febrero de 2021

APARICIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE LOURDES EN 1858.







Jueves, 11 de febrero 1858



    Once de febrero de 1858, Lourdes y sus contornos estaban soñolientos bajo un cielo gris y triste. Un frío intenso, punzante entraba por las fisuras de la ventana de la celda.
    En un rincón de ella, Francisco Soubirous yacía en cama enfermo; la lumbre se había apagado, no había leña, Bernardita y su hermana María Antonieta decidieron ir a recogerla a orillas del río, o en la propiedad comunal.

    Demasiado mal tiempo, observó la mamá, para ti Bernardita que tienes tos, podrías enfermarte. Oh! yo salía en Bartrés aún con tiempo así, responde dulcemente la niña. En ese momento entra una jovencita de 15 años, llamada Juana Abadie, cuando oyó de qué se trataba.

   -Oh! yo voy también grito saltando de alegría, y golpeando las manos.  Enseguida estuvo de vuelta, diciendo que sus padres le habían dado permiso para ir al bosque. Las chicas tanto suplicaron y rogaron que la madre al fin consintió, con la condición de que Bernardita se cubriera con su capuchón de lana blanca.

    El tiempo se mantenía gris, caía una llovizna fina que helaba.

    Las tres chicas estaban demasiado ocupadas, en buscar ramas secas y huesos, para advertir la garúa y el frío. Ya habían pasado la calle que corre a lo largo del cementerio y donde generalmente encontrábase leña. Continuaron, descendieron por la costa que conduce al Ponte Vecchio sobre el Gave y haciendo alto quisieron convenir hacia donde irían, si hacia el curso superior del río o siguiendo la corriente.

   Brincando, bien pronto llegaron a la bajada que hoy conduce a la Basílica, atravesaron el canal de Savy por un puente de madera que no estaba lejos del molino del mismo nombre y entraron en el prado. De repente, la primogénita de Soubirous se detuvo, un escrúpulo la asaltaba: ¿si la tomaban por ladrona? Y pronto le ocurre una idea infantil¿Oigan si fuéramos a ver dónde termina el canal?... Dicho y hecho: se encaminaron por la orilla del arroyo. Aquí el prado iba poco a poco estrechándose y venía a terminar casi en punta: después las chicas no pudieron avanzar más. Se encuentran sobre un banco de arena y piedra el lugar donde el canal se echa en el Gave. Allí a su frente, al pie de una roca quebrada y casi a pico se abría una cavidad poco profunda entre los arbustos y la hiedra que aparecía como media cúpula irregular y sobre ella, a, la derecha, mía, entrada formaba un camino inclinado que llevaba a una abertura ojival por la que penetraba la luz.

    Las chicas miraron con curiosidad¡Qué suerte! en la, gruta, había ramas secas que el Javo, había dejado en. la, última creciente y también había huesos; además estando en reparación el molino de Savy, las compuertas del canal estaban cerradas y no dejaban pasar más que un hilito de agua; podrían atravesarlo sin dificultad.

    Juana y María Antonieta no pensaron mucho, como no tenían medias entraron en la escasa corriente con los zuecos en la mano. ¡Qué fría está el agua! Gritaron. Allí el agua era más profunda de lo que parecía y subieron más el vestido para no mojarlo. Bernardita, escandalizada, gritó a la hermana.

    — ¡Qué haces María!, deja más bien que se te moje la pollera.
    La hermana obedeció y con la compañera entraron en la gruta donde se acurrucaron para calentarse los pies.

    Bernardita indecisa no sabía que hacer; temía, que el agua fría la enfermara. Llamó a su hermana y a Juana para que la ayudaran a tirar piedras en el canal de modo de poder pasarlo sin mojarse los pies.

    —Has como nosotros, le respondieron las dos. Pero María Antonieta tuvo compasión de su hermana tan delicada por su mal y se ofreció para llevarla cargada. No, gracias, dice Bernardita, eres muy chica y caeremos las dos al agua... pero si Juana quisiera... Esta era más alta y más robusta, pero aun ofendida por lo de las polleras le dijo: —No eres más que una llorona y una cargosa. Si no quieres pasar, quédate.

   Hola! Responde Bernardita seriamente, si quieres pelear anda a otra parte y no aquí…

   — ¿Y porque no aquí como en cualquier parte?

   —Vamos estas muy mal y harías mejor en rogar al buen Dios.

    Juana de despecho, como confesó más tarde, recoge los huesos y las ramas y arrastra consigo a María Antonieta a lo largo de la orilla del Gave. Ya están lejos…

    Cansada de esperar, Bernardita, probó de tirar grandes piedras en el canal, pero el agua muy profunda, pasaba sobre ellas.

    Fué a mirar más lejos, si la corriente se estrechaba. En vano, retornó a la gruta decidida a pasar también ella, el arroyo descalza. Era mediodía.

    Pero dejemos aquí la pluma a la misma Bernardita: en sus apuntes íntimos, una sencillez deliciosa y natural brilla sobre cada palabra como la gota de rocío sobre la hoja de la hierba.
“Me había sacado solo una media, cuando oí un rumor como una ráfaga de viento. Miré hacia el prado y noté que las hojas de los árboles, no estaban agitadas. Continué descalzándome y de nuevo el mismo rumor, levanté la cabeza hacia la gruta y vi una Señora vestida de blanco. Ante esa visión me sobresalté y creyendo soñar me froté los ojos. Pero yo veía siempre a la Señora. Entonces saque del bolsillo el Rosario e intente hacer la señal de la cruz; pero mi mano no pudo llegar hasta la frente. Aumentaba mi sorpresa y temor. La Señora tomó el rosario que tenía en las manos e hizo la señal de la Cruz. Traté de hacer lo mismo y esta vez lo conseguí. Sentí enseguida desvanecer esa turbación que me había invadido, me arrodillé y recé el Rosario frente a la Señora bella. Cuando hube terminado, me hizo señal que me aproximara, pero yo no osé y Ella desapareció”. 


Libro para descargar en PDF. "SANTA BERNARDITA SOUBIROUS" AÑO 1940.


 



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miércoles, 10 de febrero de 2021

NOVENA A NUESTRA SEÑORA DE LOURDES. NOVENO DÍA.


 


Desde SALUTARIS HOSTIA

 

  

La novena tiene el Imprimátur emitido por el Gobierno Eclesiástico de la Archidiócesis de Buenos Aires en 1926.

 

 

COMENZAMOS: 2 de febrero.

 

FINALIZAMOS: 10 de febrero.


 

APARICIÓN: 11 de febrero de 1858 en Lourdes.

 

 

  

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

  

ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

 

 

Señor mío Jesucristo, Redentor amoroso de las almas, que te dignaste enviar a la tierra a tu Madre Inmaculada para que fuese la mensajera de tu misericordia, anunciando a los hombres la penitencia, me postro humilde a tus pies, e imploro con profundo arrepentimiento el perdón de mis innumerables culpas. Para comprender el precio de la gracia y el amor que te inspira un alma sin mancha, me basta contemplar la incomparable hermosura de la cual te dignaste revestir a tu Madre purísima. Por lo mucho que el pecado ofende a tu bondad infinita y por lo mucho que deseo amarte, me pesa, pues, de corazón por haberte ofendido y manchado mi alma creada a tu imagen y semejanza. Derrama, Señor, sobre mí tu misericordia; yo, ayudado con tu gracia, haré la penitencia que, en tu nombre, me pide tu Santísima Madre; me haré digno de tu perdón y mereceré la perseverancia en tu santo amor y servicio hasta el fin de mi vida. Amén.

 

 

  

ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS.

 

 

Al presentarme ante tu imagen sagrada, ¡oh Inmaculada y bondadosa Madre!, para honrarte en esta novena, bajo el nombre bendito de Virgen de Lourdes, cumplo con el deseo que manifestaste a todos tus hijos por medio de Bernardita, la hija predilecta de tu amor. Quisiste ver a las muchedumbres postradas a tus plantas y para atraerlas más eficazmente, nos hiciste entrever los esplendores del Cielo, mostrándote en toda la hermosura de tu eterna juventud. Como la paloma del Cantar de los Cantares, te asomaste a las aberturas de la piedra, a la Gruta de la montaña, y el mundo contempló admirado los reflejos de tu resplandeciente rostro y oyó los ecos de tu voz dulcísima. Confirmando con tu palabra venida del Cielo la palabra del Pontífice Supremo que acababa de proclamarte, a la faz de la tierra, Inmaculada en tu Concepción, llenaste su corazón de consuelo y al mundo Católico de júbilo. Las lágrimas y los gemidos de tus hijos, agobiados bajo el peso de sus miserias, llegaron hasta el trono de tu misericordia, y llevada de tu inmensa compasión, acudiste presurosa para sanar sus cuerpos y sus almas. Mandaste, y luego de la tierra dócil salió el agua benéfica y cristalina, cuya misteriosa virtud devuelve vista al ciego y palabra al mudo, vida a los miembros muertos, imagen sensible de la gracia que, pasando por tu Corazón, transforma y resucita a las almas.

  

A tus pies vengo, pues, ¡oh Madre amante!, para escuchar tu voz, exponer mis necesidades y solicitar tus maternales favores. Bernardita era pura cuando se acercaba a la Gruta donde tú la atraías: yo, que soy criatura tan culpable, ¿me atreveré a acercarme al trono de la pureza que rodean los ángeles del Cielo? Tu bondad para con los pecadores me alienta, ¡oh María! Dadme luz, ¡oh Reina de la Sabiduría!, cúbreme con el manto de tu maternal protección, para que en esta novena comprenda tus enseñanzas, me someta a tus consejos, los practique con amor, aleje de mi alma la ira de Dios y merezca en cambio su gracia y su amor. Amén.

 




 

 

DÍA NOVENO – 10 de febrero.



MEDITACIÓN: LOURDES, TRONO DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN.

 

  

El mundo había visto las maravillas acaecidas alrededor de la gruta; había sido testigo de los prodigios obrados por la visión; había contemplado los éxtasis de la pastorcilla; había visto brotar la fuente milagrosa; conocía los milagros producidos ya por sus saludables aguas, pero, aunque en el corazón de los creyentes no cupiera duda alguna acerca del origen de tanta maravilla, nadie, ni aún la niña sabía a punto fijo quién era la Señora de la Visión.

 

El día 25 de marzo, Bernardita sintió un irresistible impulso hacia la gruta. Obedece dichosa y se traslada a Massabielle. Extraordinaria concurrencia la espera. La niña se pone en oración con su rosario en la mano y pronto un súbito estremecimiento y alteración de su rostro anuncian que la Virgen aparece. La niña se acuerda entonces que su cura le ha mandado preguntar su nombre a la Visión.

 

—“Señora, —le dijo—, ¿queréis tener la bondad de decirme quién sois?”

 

Tres veces la pobre niña le hizo esta pregunta, pues a las dos primeras la Visión le contestaba con inefable sonrisa. A la tercera, elevando sus manos juntas a la altura del pecho, y alzando sus ojos al cielo, y envolviendo a la niña en arrobadora sonrisa contestó:

 

   —“Soy la Inmaculada Concepción”.

 

Al oír el párroco el relato de la niña lo comprendió todo. Ni él ni el pueblo cristiano se habían engañado, la Visión era Ella, la Virgen, la Madre de Dios. Esta aparición corona la obra de María en la gruta. En ninguna parte del mundo, María se ha aparecido con ese nombre; la gruta de Lourdes será el santuario privilegiado de la Virgen sin mancilla, escogido por Dios mismo para honrar este privilegio de su madre: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.

  

En esta palabra tiene el cristiano toda su oración; ella encierra el secreto de todas sus esperanzas. Para honrar el privilegio de la Concepción Inmaculada, y por la virtud de la Inmaculada Concepción, brotan de las fuentes los milagros; y en la gracia de la Inmaculada Concepción hallan los pecadores las dulzuras de la misericordia, pues que la Concepción Inmaculada de María es el principio de esta Misericordia, siendo como lo es el principio de nuestra redención. Dichosos los templos encargados de custodiar este sagrado tesoro. ¡Dichosas las almas que hacen especial profesión de honrar con su devoción a la Santísima Virgen, bajo el nombre de Lourdes, en su Purísima Concepción! Dichosas más aún aquellas que para honrarla mejor privan a su cuerpo de todo placer carnal aún lícito, con el fin de imitar, en cuanto es dado a la pobre debilidad humana, la pureza Inmaculada de María. Estas almas, ángeles con cuerpo mortal, en la tierra recibirán las caricias maternales de María, y en el Cielo su pureza recibirá un aumento de gloria que sólo las almas puras tendrán la dicha de gozar.

 



—Aquí se medita y se pide la gracia que se desea conseguir. En seguida se anuncian las intenciones generales: La Santa Iglesia, la Patria, los gobernadores eclesiásticos y civiles, la enseñanza católica, la salud de los enfermos, y la conversión de los pecadores.

 

NUESTRA SEÑORA DE LOURDES: Ruega por nosotros. (Cinco Padrenuestros, con sus respectivas Avemarías y Glorias)

  

SALUD DE LOS ENFERMOS: Ruega por nosotros. (Cinco Padrenuestros, con sus respectivas Avemarías y Glorias)

  

REFUGIO DE LOS PECADORES: Ruega por nosotros. (Cinco Padrenuestros, con sus respectivas Avemarías y Glorias)

 

 

  

Oración del día noveno

 

 

   ¿Qué te diremos, ¡oh Virgen de Lourdes!, en recuerdo de ese día en que, mostrándote vestida de luz y de celestial esplendor, has revelado tu nombre y pronunciado estas palabras: Yo soy la Inmaculada Concepción”? ¿Qué decirte sino caer a tus pies y contemplar tu hermosura sin mancha, que ha encantado, desde la eternidad, al Corazón mismo del Dios Todopoderoso?

  

   Viéndote, ¡oh María!, la más hermosa de las criaturas, la Trinidad Santa se ha conmovido en la profundidad inmutable de la eternidad, y de un polo al otro de los cielos infinitos ha resonado un grito de admiración, de respeto y de amor, una exclamación trina y una, la exclamación de Dios. Dios Padre ha dicho: “He ahí mi Hija”. Dios Espíritu Santo ha dicho: “He ahí mi Esposa”. Dios Hijo ha dicho: “He ahí mi Madre”.

  

   También nosotros, ¡oh Inmaculada!, nosotros a quienes Jesús ha elegido por hermanos rescatándonos con el precio de su Sangre, nosotros que hemos sido encomendados a Ti al pie de la Cruz, también nos atrevemos a decirte con filial confianza: “Virgen María, tú eres nuestra Madre. ¡Ven pues a nuestro socorro! ¡Ven, Tú que has sido concebida sin pecado, que has vivido sin pecado y has muerto sin pecado! ¡Ven, Inocencia íntegra, a curar a la pobre raza humana cubierta enteramente de la lepra del mal ! ¿Quién nos salvará, ¡oh María!, sino aquella que ha criado al Salvador? ¿Quién tendrá bastante compasión y ternura, sino nuestra Madre? ¿Quién tendrá bastante fuerza y poder sino la Hija de Dios, la Esposa de Dios, la Madre de Dios?”.

 

 

¡Inmaculada Concepción!, Nuestra Señora de Lourdes, ruega por nosotros. Amén.

      



PRÁCTICA: En todos los acontecimientos de este día, buenos o malos, acudir a María pidiéndole sobre toda la gracia de imitar en cuanto sea posible, su pureza inmaculada.

 

 

  

GOZOS EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

  

Virgen Santa Inmaculada,

De la Gruta misteriosa,

Acoge, Madre piadosa

De tus hijos la oración.

  

Allá en las verdes riberas

Donde sus aguas de plata

El manso Gave desata

Dando vida, inspiración.

A la sombra de sus bosques

La humilde Lourdes reposa.

Acoge, Madre piadosa

De tus hijos la oración.

  

De verduras tapizadas

Se levantan sus montañas

De cuyas ricas entrañas,

Con admirable primor,

Se desprende una ancha Gruta

Que cubre silvestre roca.

Acoge, Madre piadosa

De tus hijos la oración.

  

Hacia las faldas del monte

Subió un día Bernardita,

La aldeana de Dios bendita

Por sus gracias y candor,

A formar haces de leña

Que diera fuego a su choza.

Acoge, Madre piadosa

De tus hijos la oración.

  

Súbitamente a la Gruta

De luz un rayo ilumina,

Y en una aureola divina

Más esplendida que el sol,

La reina del Cielo y tierra

Su planta en la roca posa.

Acoge, Madre piadosa

De tus hijos la oración.

  

“No temas, hija querida,

Levanta a mí tu mirada,

Soy María Inmaculada,

Soy la Madre de tu Dios

Por teatro elijo este sitio

De mi mano portentosa”.

Acoge, Madre piadosa

De tus hijos la oración.

  

Dijo la Virgen, y envuelta

Por los pliegues de una nube

Al Cielo de nuevo sube

Que a su paso se entreabrió:

La aldeana vuelve a la vida,

De placer su alma rebosa.

Acoge, Madre piadosa

De tus hijos la oración.

  

Al pie de esta misma Gruta,

Diez y ocho veces la aldeana

De la Virgen soberana

La vista recibió,

Otras tantas desafiando

Al malvado victoriosa.

Acoge, Madre piadosa

De tus hijos la oración.

  

Sellar quiso sus bondades

La Señora eternamente,

Con una límpida fuente

Que entre las rocas brotó,

Al contacto repentino

De la niña candorosa.

Acoge, Madre piadosa

De tus hijos la oración.

  

En esas aguas del cielo

El hombre encuentra la vida,

Huye la muerte aterrada,

Calma el triste su dolor,

Y en los triunfos de María

La Iglesia Santa se goza.

Acoge, Madre piadosa

De tus hijos la oración.

  

El lejano peregrino

Va a postrarse ante esa roca

Donde el mundo entero invoca

Tu Divina Concepción.

¡Bendita seas, María!

Que de Dios eres Madre, Hija y Esposa.

Acoge, Madre piadosa

De tus hijos la oración.

  

Virgen Santa Inmaculada

De la Gruta Misteriosa,

Acoge, Madre piadosa

De tus hijos la oración.

 

 

  

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS.

 

 

Acabo de recibir de tus labios divinos, ¡oh piadosa Madre!, las lecciones que das a la tierra por medio de tu gloriosa y misericordiosa aparición. Para probar tu misión divina a la tierra has multiplicado, como lo hizo tu hijo Jesús, los milagros a favor de los hombres, dando la vista a los ciegos, oído a los sordos; habla a los mudos y salud completa a los enfermos agobiados por toda clase de dolor.

    

En estos enfermos, ¡oh Madre piadosa!, reconozco las dolencias de mi alma que tú has venido a sanar. En su ceguedad, ¡oh María!, mi alma se ha extraviado del camino del bien. En su sordera, ha desentendido la voz de Dios que la llamaba atrayéndola con las caricias de su gracia. En su mudez, ha dejado de alabar a Dios por sus grandezas y beneficios y agobiada por sus múltiples enfermedades, ha dejado de practicar el bien y la virtud. ¡Oh María, refugio de los pecadores y salud de los enfermos!, sana mi alma de las enfermedades que la aquejan. Guíame sin cesar por el camino del bien, haz que mi alma oiga siempre la voz de Dios y no la desatienda jamás, y que cante siempre sus alabanzas; líbrala de todas las enfermedades que la agobian, para que libre del peso de la tentación y del pecado, siga tus huellas, imite tus virtudes y te acompañe en tu vuelo hacia la patria feliz. Así sea.

 

  

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.