lunes, 12 de agosto de 2019

Modo de acusarse por los diez mandamientos, asi en la Confesion particular como general. (Segundo Mandamiento) Cada mandamiento viene al final con un ejemplo. – POR EL PADRE FRAY MANUEL DE JAÉN.





Segundo mandamiento.

   En el segundo mandamiento, que es no jurar, me acuso que he jurado por Dios o por los Santos, o por algún misterio, con escándalo de mis prójimos, y también he echado otros juramentos, como decir, por el cielo de Dios, por la cruz de Dios, y otras palabras semejantes, y esto ha sido con mentira o con verdad, sin necesidad, tantas veces. Acúsome que he echado tantos votos o porvidas (juramento o imprecación que se hace jurando por la vida de Dios o de una persona, nota nuestra) al día, o a la semana, o enfadado o colérico, con personas o animales y he echado tantas maldiciones. Explicar si fueron a los hijos, o criados, o hermanos, o compañeros u otros; y si eran con intención y deseo de que les alcanzase, o con impaciencia y cólera, sin advertencia, o si juzgaba que pecaba mortalmente. Y esto mismo examinará en los votos o juramentos. También se acusará si ha hecho voto o promesa de guardar castidad o de no casarse, o no pecar en tal o tal pecado o vicio, y no haberlo cumplido. Y si fue causa, o provocó a alguno a que jurase o votase, o incitó a jurar falso, o si no lo ha hecho en vara de justicia, especialmente en algunas informaciones de hábitos, dispensas de matrimonios, hidalguía… con daño del prójimo y de los lugares. Acúsome que en mi casa tengo mala costumbre de mentar (nombrar, nota nuestra) al diablo muchas veces, como diciendo: válgate el señor diablo, válgante mil diablos, el diablo me lleve si no hiciere esto; vete con mil demonios, y otras palabras semejantes. Acúsome que no he cumplido las promesas que tengo, como alguna misa, romería, o novena, o ermita, o imagen, u otras cosas que he ofrecido, como rezos, penitencias y lo he dilatado por pereza o anidado tanto tiempo. Y también se acusará si lo ha tenido por pecado grave.

   En este segundo mandamiento se acusaran los Religiosos y Eclesiásticos de lo que hubieren faltado en el cumplimiento de sus votos.


“Fray Manuel de Jaén, Capuchino y Misionero apostólico”

Año 1819.

Modo de acusarse por los diez mandamientos, asi en la Confesion particular como general. (Primer Mandamiento) Cada mandamiento viene al final con un ejemplo. – POR EL PADRE FRAY MANUEL DE JAÉN.

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Primer mandamiento.

   En el primer mandamiento, que es amar a Dio; sobre todas las cosas, me acuso de lo que he faltado contra las tres virtudes de Fe, Esperanza y Caridad. En especial contra la fe, he tenido algunas graves tentaciones contra algún misterio, o dudado de él, y no he procurado resistir haciendo actos de fe, creyendo firmemente aquello que se me ofrecía a la imaginación; y acudiendo a Dios y a los Santos, pidiéndoles me librasen de aquel peligro. Decir si admitió deliberadamente  alguna duda acerca de algún misterio, o si disintió abiertamente a su verdad. Contra la esperanza, me acuso que he tenido algunas tentaciones de desesperación, proponiéndoseme  la gravedad de mis culpas, o por verme en algún trabajo, y no hice actos de esperanza en Dios, y de resignación y conformidad en la divina voluntad, confinando en su misericordia y en los méritos de su pasión santísima que me ha de perdonar mis culpas, y remediar mis necesidades. Contra la caridad, me acuso que no he amado a Dios como debo y nos manda su santísima ley, con todo el corazon y voluntad, ofendiéndole muchas veces, y faltando al cumplimiento de los propósitos que he hecho a su Magestad de enmendarme de mis culpas.

   También he faltado al amor que debo a mis prójimos, no teniendo igual caridad con todos, y deseándoles el bien que para mí quiero, y encomendándoles a Dios en mis oraciones. Acúsome que he creído en algunos sueños o agüeros, o rayas de manos (lectura de las manos. Nota nuestra), u otros disparates y supersticiones; o he dudado si eran o no verdad aquellas cosas que se me proponían; como si cantó el gallo o lechuza a esta o aquella hora, o pasó el abejón, y otras fábulas que suelen contar, y no las he despreciado, tantas veces poco más o menos.

   También se acusará si ha consultado hechiceros, o adivinos, o gitanas; o si lleva nóminas y oraciones supersticiosas, con las cuales cree que sabrá la hora de su muerte; o que no morirá sin. Confesion. O si ha usado de hechizos para conseguir algún mal fin. O si ha hecho curar a sí, o a sus cosas con palabras vanas y acciones supersticiosas. Y si ha leído o tiene libros prohibidos. Y si no sabe lo necesario para salvarse, como el misterio de la Santísima Trinidad, el de la Encarnación, el de la Resurrección de la carne, premio o castigo que ha de haber después de la muerte, Y si acaso no sabe o entiende el Credo, el Padre nuestro, los Mandamientos y los Sacramentos, en especial los que ha de recibir. También se acusará si no sabe las particulares obligaciones de .su estado u oficio.

EJEMPLO.

   En la señal de la cruz y en el persignarse se contienen y confesamos los principales misterios de nuestra santa fe; y asi seamos todos cuidadosos en persignarnos con perfección y reverencia. Y sobre todo, encargo a las madres que a sus niños pequeños los persignen cuando los llevan de noche a dormir; porque refiere el Padre Parra, que una hechicera confesó que babia ido cincuenta noches a la cama donde había un niño, con intento depravado de hechizarle o matarle con sus maleficios, y que veía en él tales maravillas y resplandores, que no se atrevía a llegar, y sabida la causa, era porque la madre le persignaba, y esto le defendió.


“Fray Manuel de Jaén, Capuchino y Misionero apostólico”

Año 1819.






domingo, 3 de febrero de 2019

MILAGROS ADMIRABLES DE NUESTRA SEÑORA DE LOURDES – Por Monseñor de Segur.





NOTA: Si están enfermos no dejen de leer estos casos milagrosos de curaciones por intercesión de Nuestra Señora de Lourdes.


   De cómo la fe sencilla y firme de una pobre mujer de Tarbes, obtuvo desde el principio grandes favores de Nuestra Señora de Lourdes.

   He aquí algunos sucesos que se remontan a los principios mismos de las maravillas de la Gruta de Lourdes.

   Por mucho tiempo han sido ignorados del público, y acaso fueron relegados al olvido si la lectura de los Annales no hubiera hecho comprender a las personas curadas el deber que tenían de manifestarlos al público (*): Tomamos estos conmovedores relatos de los Annales de Lourdes (Marzo de 1871), que se publican con la aprobación del Obispo de Tarbes.

I

   La primera de estas personas es una humilde obrera de Tarbes llamada Francisca Majesté. No tenemos de informe más testigo que ella misma pero éste basta. Lleva impresa en su rostro la señal de un alma inocente, recta, inteligente, modesta. Su palabra es grave, y cincuenta años de una vida irreprochable y piadosa le dan autoridad.

   Cerca de tres años antes de las Apariciones de Lourdes, estuvo sujeta a suspensiones momentáneas de la vista. Ocurríale esto de repente, sin que nada hiciera presentir su aproximación; de pronto una niebla espesa cubría sus ojos y los oscurecía rápidamente, y luego la luz desaparecía. Francisca, entonces sumergida  en una noche profunda, se quedaba estupefacta; frotábase los ojos y esperaba a que apareciese de nuevo la claridad, lo que sucedía poco después. En lo demás, no sentía ningún dolor ni alteración sensible en los ojos.

   Consultó con un médico, quien después de varios experimentos, como ella le instara para saber toda la verdad, le dijo: “–Debo declarároslo; creo que no puedo nada. –Pero ¿piensa Usted que me quedaré ciega? –No sé”

   Estas respuestas eran dolorosas, pero ella las había solicitado porque prefería conocer la realidad de su situación. Desde aquel día la pobre mujer, asustada, temblaba de miedo de perder enteramente la vista.

   Ella estaba familiarizada con el dolor, porque su vida había sido una cadena casi continua de enfermedades; más de todas las pruebas pasadas ninguna la había apesadumbrado como ésta. ¡Ciega!... Antes quería morir.

   Los rumores de la Aparición de Massabielle llegaron a sus oídos. Cuando se confirmaron, creyó con fe sencilla y firme en la Providencia. “Para Dios nada hay imposible, decía, y El no permitirá que seamos así engañados.”

   Oyó hablar de curaciones milagrosas, y una vaga esperanza pasó por su corazón, pero sin inclinarla todavía a hacer el ensayo. Dijéronla varias veces: “Francisca, Usted que es tan piadosa, ¿no piensa ir a buscar su curación a la Gruta de Lourdes?”  Y ella contestaba “Todavía no siento la confianza necesaria; si Dios me la envía iré.” Hizo esfuerzos para merecerla, y Dios se la dio un día se sintió muy inclinada ir a la Gruta; la esperanza llenaba su alma, y ella, comprendiendo que esta inspiración venía de Dios, dispuso el viaje en los primeros días de Mayo de 1858.

   Francisca no había visto la Gruta. Cuando divisó la roca santificada por la presencia de la Virgen Inmaculada, su alma se conmovió profundamente. Un fervor muy sensible la inundó de gozo, y su oración era tan dulce que no podía apartarse de allí. Se lavó los ojos devotamente con el agua milagrosa y con una fe grande en su virtud sobrenatural, y mientras la bebía, su corazón decía: “¡Curaré!...”

   Desde este momento ni una sola vez, ni un solo segundo se ha ocultado la luz a sus ojos. En ninguna parte, en doce años, le ha hecho pararse la suspensión, de la vista como en otro tiempo.

   Francisca tenía también largo tiempo en una de sus rodillas un tumor como del tamaño de un huevo de pato que no la molestaba porque de ordinario no le dolía, y sólo le incomodaba algo para rezar porque entonces tenía la rodilla en el aire. Esta dificultad la hizo pensar en la Gruta, y se dijo a sí misma sin ningún sentimiento marcado: “Puesto que me hallo aquí voy también a lavar el tumor.”  Hecho esto fué a arrodillarse enteramente sin la menor molestia; pero absorta por la alegría de su oración y por el pensamiento de sus ojos, en su convicción curados para siempre, no pensó ya en el tumor. Continuaba siempre que rezaba haciéndolo hincada con ambas rodillas en el suelo, y sólo al cabo de algunos días miró su tumor. Este no existía ya, y no volvió a aparecer.

II